Cuando la justicia se detiene, el costo lo pagamos
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Por Jonathan Baró
Gutiérrez
Procurador general
de Corte de Apelación
Una práctica que se ha normalizado
En la República
Dominicana, la frase «audiencia suspendida» se ha convertido en parte habitual
del guion judicial. Ocurre por razones tan variadas como la ausencia de un
testigo, la falta de notificación a una víctima, la coincidencia de otro
compromiso para un abogado o la imposibilidad de trasladar a un interno.
Para algunos, es apenas un
trámite pospuesto; pero tras esas dos palabras se esconde un costo mucho más
alto de lo que parece. Ese costo se mide en dinero, en tiempo institucional
perdido y en el desgaste de la confianza ciudadana. Una audiencia es una cita
con la verdad; suspenderla es interrumpir ese camino, detener el reloj de la
justicia y desperdiciar recursos que difícilmente se recuperan.
El costo económico
Poner en marcha
una audiencia activa una maquinaria compleja que moviliza a distintos actores y
recursos. Este es un cálculo aproximado:
Concepto |
Costo (RD$) |
Juez o jueza |
1,090 |
Fiscal |
781 |
Defensor público |
557 |
Personal de secretaría |
273 |
Custodia judicial |
159 |
Dos policías para
seguridad |
284 |
Alguacil |
164 |
Transporte
imputado privado de libertad |
500 |
Materiales gastables |
150 |
Otros
costos indirectos (notificaciones, impresión, digitalización, etc.) |
2,542 |
Subtotal audiencia |
6,500 |
Consumo eléctrico |
100 |
Precio
de cita o compromiso perdido |
70 |
Total por audiencia |
6,670 |
Si la misma
audiencia se suspende en cuatro ocasiones, el gasto acumulado asciende a 26,680
pesos. Es dinero público destinado a un acto procesal que no genera ningún
avance y que agota recursos que podrían invertirse en resolver otros casos.
El costo humano
Más allá de las
cifras, la consecuencia más profunda recae sobre las personas. Cada suspensión
significa para la víctima perder horas —a veces un día completo— de trabajo,
esperar en pasillos abarrotados y, en muchos casos, revivir el hecho que
originó su denuncia. Con el tiempo, este desgaste mina su voluntad de continuar
y abre la puerta a la impunidad.
El imputado, si está en libertad, también ve alterada su rutina para
presentarse en un proceso que no avanza. El mensaje implícito es peligroso: que
el tiempo en justicia no es urgente.
«En justicia, el
tiempo no es neutral: o acerca la verdad o prolonga la impunidad».
Un problema que exige acción
Este no es un tema
invisible para quienes integran el sistema de justicia. Jueces, fiscales y
defensores públicos han manifestado su preocupación y trabajan en buscar
alternativas para reducir al mínimo las suspensiones innecesarias. Saben que
cada audiencia que no se celebra es un golpe al erario, a la credibilidad
institucional y a la experiencia de quienes esperan justicia.
Conclusión
Una audiencia
suspendida no es un trámite inofensivo: es dinero público que se pierde, tiempo
institucional que no regresa y un golpe directo a la confianza en la justicia.
Por eso, jueces, fiscales, defensores y demás actores del sistema deben cerrar
filas contra las suspensiones injustificadas. Cada audiencia frustrada retrasa
la verdad, prolonga el dolor de las víctimas y fortalece la impunidad.
La justicia se mide en sentencias, sí, pero también en la rapidez con la que se
dicta y en el costo que genera cuando se retrasa. Porque cuando el reloj
judicial se detiene, la verdad se enfría, la esperanza se apaga y el sistema
pierde no solo casos: pierde el sentido mismo de su existencia.