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lunes, junio 09, 2025

Ego y poder: las sombras que habitan la toga

 


 Autor: Jonathan Baró Gutiérrez

Miembro del Ministerio Público


Luego de leer el libro «El ego es el enemigo» de Ryan Holiday, y con 19 años de mi vida dedicado al sistema de justicia dominicano, he decidido escribir este artículo. No con ánimo de señalar ni de ofender, sino desde una mirada introspectiva y sincera, con la esperanza de abrir una conversación necesaria. El poder se transforma. El ego, si no se reconoce, destruye. Y quienes trabajamos en la justicia necesitamos hablar más de lo que llevamos dentro.


El traje de la arrogancia

A veces basta con un nombramiento para que alguien cambie. Un abogado o abogada, joven o veterano, serio o ligero, asume un cargo como juez o fiscal, y de repente todo a su alrededor se transforma: el tono con que se dirige al personal, la forma en que trata a los abogados litigantes, incluso la actitud con sus colegas. El cargo se convierte, sin darse cuenta, en un pedestal.


Y es que el ego no llega solo. Llega disfrazado de autoridad, de títulos, de méritos acumulados. Y repite frases que se vuelven peligrosas. «Yo soy el más serio», «Si salgo de aquí esto se cae», «Yo soy quien más formación tiene, por lo tanto, merezco más». Parece fuerza, pero es carencia, el ego se infla donde hay vacío.

El eco de los aduladores


Para quienes inician su carrera en el sistema de justicia, escuchar que los llamen «honorables», «magistrados» o recibir elogios constantes puede parecer un reconocimiento legítimo. Sin embargo, si no se cuenta con una inteligencia emocional bien desarrollada esos halagos se convierten en alimento directo para el ego.

La etiqueta institucional si no se digiere con madurez puede deformar la percepción que alguien tiene de sí mismo y hacerle creer que el respeto se debe a su persona y no al cargo transitorio que ocupa.

 


En este sentido, siempre resultan pertinentes las palabras de la exjueza de la Suprema Corte de Justicia y exprocuradora general de la República, Miriam Germán Brito, quien repetía con firmeza que el verdadero rol de un servidor público es actuar con integridad, sin dejarse seducir por el poder. «Lo que yo siempre insisto es que uno se interioriza como servidor público, no como ninguna otra cosa… no como persona que al salir de su casa le da un brillo al pequeño Trujillo que muchos dominicanos llevamos dentro».


No es raro escuchar, día tras día, frases como: Magistrado, usted es el mejor, que bien se expresa, que bien le queda esa ropa, aunque muchas veces el elogio no es sincero. Pero el ego no distingue, solo se alimenta.


Y es ahí donde muchos comienzan a creerse lo que no son. Quienes adulan detectan de inmediato al vulnerable, al que necesita halagos para sentirse válido. Lo usan, lo halagan y en ocasiones lo manipulan. Ese operador del sistema sin darse cuenta comienza a hacer daño.



Cuando el poder sustituye a la sanación


Hay jueces y fiscales que son excesivamente estrictos, que tratan con dureza o con desprecio a su equipo, a los usuarios y a otros servidores públicos. Pero esa rigidez no siempre viene de la ética ni del profesionalismo. A veces viene del dolor, de vacíos familiares, de frustraciones personales, conflictos internos no resueltos que el cargo intenta maquillar.


Se castiga a los demás con la severidad con que uno se castiga a sí mismo. Se impone respeto con autoridad, pero sin conexión humana. Y aunque las estadísticas digan que todo va bien, ese ambiente contamina la institución, destruye equipos y siembra miedo, no liderazgo. Y eso, aunque no se mida es un daño inmenso.
 
Las mujeres pagan más caro

 

En una cultura profundamente machista como la nuestra, las juezas y fiscales llevan una carga doble.


La presión institucional, sí, pero también el abandono emocional.
Muchos hombres dominicanos no han sido educados para convivir con una mujer en posiciones de poder, ni poseen la inteligencia emocional para manejarlo. Por eso, muchas colegas terminan solas. No porque lo deseen, sino porque sus parejas no toleran su éxito, ni comprenden sus sacrificios.


Muchas veces esas relaciones fracasan por la falta de empatía y madurez emocional del compañero. Una mujer empoderada —con voz, carácter, independencia económica y logros visibles— no tolera gritos, desdén ni imposiciones disfrazadas de «orden», no tolera el abuso, ni lo justifica con el miedo al qué dirán. Por eso se va. Y al irse rompe con un patrón que el machismo ha querido imponer durante generaciones.

 

En ese contexto el ego del hombre machista se siente amenazado. Ver a su pareja triunfar académicamente, escalar profesionalmente y ganarse el respeto social, le golpea directamente donde más le duele: en su inseguridad. Entonces se activa una resistencia silenciosa que se manifiesta en celos, humillaciones sutiles, desprecio a sus logros y hasta en boicoteo emocional.

  
Ese ego no soporta ver a una mujer libre. Por eso, en muchos casos no la acompaña: la frena, la compite, la desgasta.


Y lo más duro es que la mujer, además de cumplir con su rol institucional, tiene que soportar el peso de una batalla interna, solitaria, para no rendirse, para no callarse, para no ceder ante una estructura cultural que siempre le exigió ser menos.

 

Ya no estamos para ser menos.


En algún momento de nuestras carreras en el sistema de justicia todos hemos tenido dificultades para manejar el ego. Y en eso consiste la dinámica de la vida: en reconocer nuestros errores y tener la humildad de rodearnos de personas sinceras, amigos que nos digan cuando estamos equivocados, y que nos ayuden a encarrilar nuestro comportamiento por el camino correcto.


Luchar contra el ego no es una tarea que se realiza una vez y se supera. Es un combate diario, silencioso y constante.


Somos humanos, no títulos


No importa el cargo que ocupemos: todos llevamos un ego dentro. Lo importante no es fingir que no existe, sino aprender a manejarlo. El problema no es tener ego; es dejar que el ego nos tenga a nosotros.


El sistema de justicia no necesita más gente perfecta. Necesita más gente consciente. Personas que no confundan respeto con soberbia, ni autoridad con arrogancia.


Me gustaría recordar que detrás de cada toga, hay una persona con heridas, con sueños, con miedos. Que el poder pasa, pero la huella humana queda. Y que, si no cuidamos nuestro interior, terminamos convirtiéndonos en caricaturas de lo que quisimos ser.

 

¿Y entonces, qué hacemos?


Estas son algunas ideas, que comparto desde la experiencia, no desde la superioridad:

   Buscar acompañamiento psicológico profesional. No por debilidad, sino por salud. Todos lo necesitamos. Nadie debería ejercer poder sin terapia.

   Crear espacios seguros de diálogo entre operadores del sistema, donde se pueda hablar sin máscaras, sin miedo, sin competir.

   Fomentar una cultura donde el «yo»
se convierta en «nosotros», donde lo colectivo importe más que la imagen individual.

   Recordar que la humildad no es falta de carácter, sino señal de inteligencia emocional.— Separar el cargo de la identidad. Hoy estás aquí, mañana no.

 

¿Quién eres sin tu cargo, chófer, seguridad, sin tu firma, sin el trato protocolar?

 
Conclusión

El ego no se ve en las actas, ni se cita en las sentencias, pero está presente. Habita entre nosotros, y si no lo gestionamos, puede arrasar con todo. Lo he visto. Lo he sentido. Y por eso escribo esto.

 

Porque después de casi dos décadas en el sistema, he comprendido que el mayor enemigo no siempre está afuera. A veces está en nosotros mismos, y solo reconociéndolo, podemos aspirar a una justicia más humana.



Bibliografía
Holiday, R. (2016). *El ego es el enemigo*. Editorial Paidós. Barcelona, España.

lunes, mayo 19, 2025

 

Hacia una justicia disciplinaria más efectiva y garantista en el Ministerio 

La existencia de un sistema disciplinario, funcional y respetuoso de los derechos fundamentales constituye una condición esencial para fortalecer el Estado de derecho. En el caso del Ministerio Público de la República Dominicana, la reciente implementación del reglamento disciplinario vigente representa un paso trascendental hacia un modelo de control interno más moderno, justo y efectivo. Su promulgación no solo responde a una necesidad institucional, sino también a una exigencia de la Constitución y del ordenamiento jurídico-administrativo vigente.

El reglamento vigente parte del principio de legalidad, consagrado en los artículos 40.14 y 69 de la Constitución y desarrollado en la Ley 107-13 sobre los derechos de las personas en sus relaciones con la administración pública. A través de él, se define de forma precisa cuáles son las conductas sancionables, los procedimientos a seguir y las garantías que deben observarse. Se establece una tipificación clara de las faltas disciplinarias y se consolidan principios fundamentales como el debido proceso, la motivación de las decisiones, la presunción de inocencia y la proporcionalidad de las sanciones.

Una de las innovaciones más significativas del reglamento vigente es la separación efectiva entre los órganos de investigación y los de juzgamiento. La Inspectoría General se encarga de investigar; el Consejo Disciplinario, de juzgar en primera instancia, y el Consejo Superior, de conocer los recursos jerárquicos. Esta división funcional resguarda la imparcialidad y evita la concentración excesiva de poder en una sola instancia. Además, se introduce la figura del miembro instructor, encargado de analizar los requerimientos y emitir decisiones durante la etapa preliminar, lo que agrega una capa adicional de garantía y control.

Sin embargo, a pesar de los avances, persisten debilidades que deben ser corregidas. Históricamente, la Inspectoría General ha tramitado pliegos de cargos con una extensión desproporcionada, estructurados bajo una lógica de persecución penal, con cientos de páginas y argumentos propios de procesos por criminalidad organizada. Este enfoque no solo es innecesario en el ámbito administrativo sancionador, sino que obstaculiza el logro de decisiones ágiles y justas. La reforma del 2022 permite, como lo hace el Poder Judicial, que los inspectores no sean necesariamente fiscales, abriendo la posibilidad de profesionalizar la función investigativa desde un enfoque técnico y objetivo.

Otro aspecto preocupante ha sido la duración excesiva de los procedimientos disciplinarios. A esto se suma una situación que ha generado inquietud: en múltiples procesos, los fiscales han sido representados técnicamente por profesionales altamente competentes en derecho penal y procesal penal, lo cual podría ser una ventaja si estos conocieran también el régimen de derecho administrativo sancionador. La falta de dominio de esta materia coloca, en muchos casos, a los colegas en una posición de desventaja técnica frente a la Inspectoría, generando una sensación de indefensión procesal que debilita el principio de igualdad de armas. Resulta incomprensible que, en algunos casos, las causas se extiendan por más de cuatro o cinco años. Esta situación fue posible bajo el reglamento anterior, cuya estructura privilegiaba la lógica procesal penal en detrimento de los principios de celeridad, eficacia y seguridad jurídica propios del derecho administrativo. El reglamento vigente introduce plazos razonables y perentorios para la investigación y el juzgamiento, con mecanismos claros de extinción de la acción disciplinaria por inactividad institucional, lo cual debe ser aplicado con rigor.

Debe reconocerse, además, que algunos disciplinables han recurrido al abuso del derecho para entorpecer los procesos, planteando incidentes reiterados que convierten las audiencias en procedimientos interminables. Incluso personas con condenas penales firmes han logrado mantener suspendido el desenlace disciplinario mediante el uso excesivo de recursos que, aunque legalmente previstos, han sido utilizados con fines obstructivos. Frente a esta realidad, es indispensable que las autoridades disciplinarias apliquen los correctivos necesarios para que el ejercicio del derecho de defensa no se desnaturalice.

Análisis de las estadísticas 2016–2024

De acuerdo, con datos suministrados a través de la Oficina de Acceso a la Información Pública del Ministerio Público “durante el período 2016–2024, se conocieron 65 casos disciplinarios, en los cuales se leyeron pliegos de cargos en su totalidad. De estos, se emitieron 33 decisiones definitivas, incluyendo 16 destituciones y 8 absoluciones. Además, se adoptaron 34 medidas provisionales o cautelares y se archivaron 4 casos.

Desde la perspectiva territorial, las fiscalías más involucradas han sido Santo Domingo (9 casos), el Distrito Nacional y Santiago (8 cada una), seguidas por San Pedro de Macorís (7) y otras jurisdicciones con menor incidencia. En cuanto al rango, los casos disciplinarios han involucrado principalmente a fiscalizadores (25) y procuradores fiscales (22), seguidos por procuradores fiscales titulares (5) y procuradores de corte (6), incluyendo un titular”.

Este panorama demuestra que el sistema disciplinario ha sido activado, pero aún se enfrenta al desafío de una mayor eficiencia y uniformidad en la respuesta institucional, así como de una adecuada proporcionalidad en las decisiones.

Conclusión

En definitiva, el reglamento disciplinario vigente marca una transición positiva hacia un modelo más coherente con los estándares constitucionales, convencionales y administrativos. No se trata de debilitar el control interno, sino de garantizar que dicho control sea ejercido con justicia, objetividad y eficacia. Solo así, el sistema disciplinario podrá cumplir su finalidad: asegurar la integridad institucional, fortalecer la confianza ciudadana y proteger los derechos de quienes sirven a la justicia desde el Ministerio Público.

Para avanzar hacia un sistema aún más robusto y justo, es imperativo que los miembros del Consejo Disciplinario, los inspectores y los integrantes del Consejo Superior del Ministerio Público participen en formaciones continuas en materia de derecho administrativo sancionador. Una capacitación técnica adecuada permitirá mejorar la calidad de las investigaciones, así como la motivación jurídica de las decisiones, fortaleciendo de esta forma la legitimidad del régimen disciplinario en su conjunto.

 

Referencias

§  Asamblea Nacional. (2024). Constitución de la República Dominicana, proclamada el 27 de octubre de 2024. Disponible en: https://camaradediputados.gob.do/wpfd_file/constitucion-dominicana-2024/

§  Congreso Nacional. (2011). Ley Orgánica del Ministerio Público No. 133-11. Disponible en: https://pgr.gob.do/wpfd_file/ley-no-133-11/

 

§  Congreso Nacional. (2013). Ley No. 107-13 sobre los derechos de las personas en sus relaciones con la administración pública y de procedimiento administrativo. Disponible en: https://poderjudicial.gob.do/wp-content/uploads/2021/06/LEY_107_13.pdf

 

§  Consejo Superior del Ministerio Público. (2023). Reglamento Disciplinario del Ministerio Público. Disponible en: https://pgr.gob.do/wp-content/uploads/2023/03/Reglamento-Disciplinario-del-MP-6-de-marzo.pdf

 

§  Consejo Superior del Ministerio Público. (2011). Reglamento Disciplinario del Ministerio Público. Disponible en: https://jonathanbaro.blogspot.com/2017/12/reglamento-disciplinario-del.html

lunes, abril 21, 2025

 

Cuando el tiempo se impone a la justicia: el caso Juhnny Sierra y los límites del Código Procesal Penal

 

Por: Jonathan Baró Gutiérrez

Procurador general de Corte de Apelación

 

El 18 de junio de 2006, en las orillas del río Nigua en San Cristóbal, el ciudadano Juan Ricardo Vallejo Rivera perdió la vida a manos de dos agentes de la Policía Nacional: Juhnny Miguel Sierra Cabrera y Raúl Antonio Mejía. De acuerdo con las investigaciones, los agentes se dirigieron a una caseta señalada como punto de microtráfico y, tras una intervención, se produjo un tiroteo que terminó con la muerte de Vallejo. El propio Sierra Cabrera reconoció haber disparado.

El caso fue judicializado, y el 25 de julio de 2007 el Primer Tribunal Colegiado de San Cristóbal condenó a Sierra Cabrera a quince años de prisión y a Mejía a cinco años. La sentencia fue confirmada en apelación en 2008 y, posteriormente, el recurso de casación fue declarado inadmisible, quedando firme.

No obstante, el condenado nunca fue apresado. Cambió de domicilio y permaneció fuera del alcance de las autoridades por más de una década. En julio de 2019, fue arrestado en su comunidad y enviado a Najayo Hombres. A través de su defensa, solicitó la prescripción de la pena, alegando que habían transcurrido más de diez años desde la firmeza de la sentencia.

El juez de ejecución acogió la solicitud y ordenó su libertad. Esta decisión fue apelada por el Ministerio Público y la víctima. La Corte de Apelación revocó la decisión, pero finalmente, en 2022, la Suprema Corte de Justicia acogió la prescripción de la pena, entendiendo que el Estado no ejecutó la sentencia en el plazo legal, pese a que había una orden de captura desde 2008.

El vacío legal que permite la impunidad

Este caso pone en evidencia una falla importante en nuestro sistema de justicia penal. El Código Procesal Penal no prevé la figura de la rebeldía para personas condenadas que evaden la ejecución de su pena. Tampoco contempla mecanismos que suspendan el curso del plazo de prescripción cuando el condenado huye.

Esto deja una ventana abierta para que personas sentenciadas por delitos graves desaparezcan durante años y, si el Estado no logra ejecutarlas en ese tiempo, puedan volver y alegar que su deuda con la justicia ha caducado.

Un precedente preocupante

En su decisión, la Suprema Corte sostuvo que la prescripción de la pena debía computarse desde que la sentencia adquirió autoridad irrevocable, y que, al no haberse decretado la rebeldía del condenado ni haber existido un mecanismo legal que suspendiera el plazo, correspondía acoger la solicitud.

Aunque esta interpretación es legalmente válida, pone en entredicho la capacidad del Estado para garantizar la ejecución de las sentencias penales. La justicia pierde fuerza cuando el tiempo, y no la aplicación efectiva del derecho, determina si una persona paga o no por un delito.

Hacia una reforma necesaria

Es urgente revisar el Código Procesal Penal para evitar que casos como este se repitan. Se hace imprescindible:

1. Permitir la declaratoria de rebeldía en etapa de ejecución.

2. Suspender el cómputo de prescripción cuando se demuestra que el condenado se ha sustraído del cumplimiento.

3. Establecer que los delitos contra la vida sean imprescriptibles en todas las etapas del proceso.

Estas medidas no solo fortalecerían la capacidad del sistema para hacer cumplir las decisiones judiciales, sino que enviarían un mensaje claro a la sociedad: que la justicia no olvida.

Reflexión final

La justicia penal no puede depender de un calendario. La ejecución efectiva de las condenas es la garantía última de que el sistema funciona. Si una persona puede eludir una condena simplemente escondiéndose, entonces algo anda mal en nuestra legislación.

El caso de Juhnny Miguel Sierra Cabrera debe servir como punto de inflexión. No para responsabilizar a un tribunal, sino para mover al legislador a cerrar de inmediato este vacío legal que amenaza con convertir el sistema en un instrumento impotente ante la evasión.

Referencia

·         Sentencia SCJ-SS-22-0647, Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia, 30 de junio de 2022. Disponible en: https://consultaglobal.blob.core.windows.net/documentos/001_022_2021_RECA_00149_Juhnny_o_Jhunny_Miguel_Sierra_Cabrera_Pub03012023.pdf


jueves, abril 03, 2025

 

Sentencia histórica en favor de un fiscal agredido: el precedente que fortalece la justicia dominicana

Por: Jonathan Baró Gutiérrez, miembro del Ministerio Público.

El pasado 12 de marzo de 2025, la Tercera Sala del Tribunal Superior Administrativo dictó la Sentencia núm. 0030-04-2025-SSEN-00160, una decisión que marca un hito en la protección jurídica de los servidores públicos, especialmente de los fiscales. En ella, se reconoce como accidente laboral el atentado sufrido por el fiscal Cristóbal Argenis Cruz de los Santos, quien fue baleado en el rostro mientras se encontraba en su casa, como consecuencia directa de su trabajo como persecutor penal.

El agresor, Milton Fermín Hernández, había sido procesado penalmente en dos ocasiones anteriores por el propio fiscal, y en un acto de represalia, se presentó en su residencia y le disparó a quemarropa mientras Cristóbal sostenía a su hijo en brazos. El ataque le causó lesiones permanentes. Posteriormente, el agresor fue condenado a 30 años de prisión mediante una sentencia firme con autoridad de cosa irrevocablemente juzgada.

Desde que se conoció el caso, Cristóbal ha contado con el respaldo firme y unánime de todos los fiscales y del Ministerio Público, quienes han visto en este episodio una manifestación extrema de los peligros reales que enfrentan a diario quienes ejercen la delicada y valiente labor de la persecución penal.

Durante el proceso judicial, ante el Tribunal Superior Administrativo, Cristóbal fue representado por el Lcdo. Harrison Feliz Espinosa, quien construyó una defensa jurídica sólida basada en el vínculo evidente entre la agresión y las funciones públicas desempeñadas por su cliente. El tribunal acogió este enfoque con contundencia, desestimando el recurso interpuesto por el Instituto Dominicano de Prevención y Protección de Riesgos Laborales (IDOPRIL).

IDOPRIL alegaba que, al haber ocurrido el ataque fuera del horario y del lugar de trabajo, el hecho no podía ser considerado un accidente laboral conforme al artículo 191 de la Ley 87-01. Por ello, solicitaba la anulación de la Resolución núm. 559-05 del Consejo Nacional de Seguridad Social (CNSS), que reconocía al fiscal como beneficiario del Seguro de Riesgos Laborales.

Sin embargo, la Tercera Sala del Tribunal Superior Administrativo rechazó esa interpretación de forma categórica. Señaló que, aunque los fiscales tienen una jornada laboral formal de 8:00 a.m. a 4:30 p.m., no se despojan de su rol ni de su investidura al salir del despacho. Por el contrario, su condición de representantes del Estado en la lucha contra el crimen los convierte en figuras vulnerables, incluso en el ámbito de su vida privada.

La sentencia establece que el ataque fue una consecuencia directa de la labor judicial desempeñada por el fiscal, al haber sido ejecutado por una persona sometida penalmente por él. En este sentido, el tribunal determinó que los elementos probatorios aportados, incluyendo la sentencia penal irrevocable y la certificación de los procesos previos, eran suficientes para confirmar la relación funcional entre el atentado y su ejercicio como fiscal.

Esta decisión judicial reafirma principios constitucionales esenciales, como el derecho a la seguridad social, a la salud, al debido proceso y a condiciones de trabajo dignas para los servidores públicos. Representa un reconocimiento claro de que los riesgos derivados del servicio a la justicia no deben recaer únicamente sobre los hombros de quienes los enfrentan, sino que el Estado tiene la obligación de asumir su responsabilidad y brindar protección integral.

En efecto, esta sentencia no es solo una victoria personal del fiscal Cristóbal Argenis Cruz de los Santos. Es, por encima de todo, un triunfo colectivo para el sistema de justicia dominicano. Abre un camino para que jueces, defensores públicos, peritos y demás actores del sistema puedan contar con una protección real frente a los peligros que puedan surgir como consecuencia directa del ejercicio de sus funciones.

El mensaje es poderoso: el deber del Estado con sus servidores no se limita al horario laboral, ni a la oficina. La protección debe acompañarlos dondequiera que el riesgo se manifieste, y reconocer que quienes enfrentan el crimen organizado o cualquier forma de violencia, desde la legalidad y la justicia, deben estar amparados por la ley en todo momento.

El caso de Cristóbal, que estremeció a la sociedad por su crudeza, se convierte ahora en símbolo de la resiliencia del Ministerio Público y en punto de partida para una institucionalidad más justa, más humana y protectora.

Pero, aunque tengamos una jornada de trabajo, los fiscales no tenemos hora. Y ahora, gracias a esta sentencia, la justicia también lo reconoce.